domingo, 8 de mayo de 2011

EL CLIENTELISMO COMO FORMA DE GOBIERNO




“Las formas denigrantes de usufructo de la pobreza llegan por otros medios, se sostienen por andamiajes mucho más poderosos que el de un puntero político o un dirigente de barrio. El manejo oscuro y ladino de la política social está montado en un aparato estatal mayor que se ha moldeado en los últimos treinta años, deliberada y siniestramente. Las formas más variadas de la trampa, la estructura de poderes provinciales y nacionales, la ausencia de mecanismos de control eficaces y prácticos, el oscuro manejo de la información y la atroz maquinaria de la burocracia resultan ser armas mucho más poderosas para extender y mantener los niveles de pobreza, para perpetuar lo que denominamos el “festival de la pobreza” (Dinatale, 2005 :14).

Buscando un concepto de CLIENTELISMO, se me ocurrió indagar en el ENCARTA y me dio este resultado Clientelismo: m. sistema de protección y amparo con que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de su sumisión y de sus servicios. 
Clientelismo, populismo, son conceptos que para una sociedad, están cargados de una connotación negativa. Se trataría, en todos los casos, de condicionar, a cambio de algún tipo de dádivas materiales, la voluntad de posibles votantes. En tal caso, se usarían fondos públicos para aplicarlos a estas prácticas, hacia sectores materialmente carenciados.
Se trataría de actitudes demagógicas por parte de gobiernos con mucho arraigo popular, destinada al sometimiento de las masas.



Existe una gran diferencia entre lo que es POLÍTICAS SOCIALES y CLIENTELISMO.
Tanto a nivel de la información periodística como de la ciencia social, suponen que la implementación de los programas sociales no puede escapar a esta forma de politización de la gestión pública el CLIENTELISMO. La cuestión del clientelismo atañe directamente al sistema político.
Los partidos suelen distribuir bienes, promesas o beneficios para ganar votos. Por ello, es necesario una clara distinción entre lo que llaman la distribución programática y la distribución clientelar. La diferencia clave entre ambas formas de distribución no radica en que los partidos no den bienes o beneficios para obtener votos, los partidos pueden hacer campaña prometiendo incrementos en las jubilaciones o en los salarios, por ejemplo, e incluso cumplir con las promesas una vez en el gobierno. La diferencia fundamental radica en que los beneficios otorgados o a otorgar están dirigidos a categorías abstractas y colectivas. La distribución programada y seria sería a “los jubilados”, a “los desempleados”, etc. La DISTRIBUCÓN CLIENTELAR, en cambio, no tiene en cuenta a  categorías abstractas y generales, sino que sólo busca la captar de aquellos votantes que probablemente responderán con apoyo político a estos favores o bienes.



 
Esta distinción es de gran utilidad para precisar, por un lado, qué entendemos específicamente por clientelismo. Por otro, para establecer la magnitud de la “administración” clientelista del sistema de políticas sociales en Argentina. El CLIENTELISMO consiste básicamente en una relación de intercambio entre individuos –no entre grupos sociales organizados- en un contexto. Estos intercambios vinculan a un patrón y a un cliente, articulados a través de una mediación (puntero) política personalizada, y establecen un circuito de reciprocidad probable entre “favores” y votos. Además de fundarse en la desigualdad de recursos, las relaciones clientelistas son personalizadas y particularistas porque no se establecen sobre bases universales sino en vínculos personales, y son informales porque ninguna instancia investida de poder formal aparece como garante del cumplimiento.



La POLÍTICA SOCIAL es, por ejemplo, la seguridad social o de seguros sociales, compuesto principalmente por el sistema de jubilaciones y pensiones y los esquemas de seguro social de salud (obras sociales). Aquí, los beneficiarios de las prestaciones –el trabajador formal (activo o pasivo) y su núcleo familiar directo- se identifican con categorías abstractas.
El diseño e implementación de políticas no universales, con criterios de elegibilidad como requisito fundamental de acceso, definen la incapacidad de gestión habitualmente supuestas en el Estado argentino, sobre todo en el área social. Este factor junto con el trasfondo de grave crisis socioeconómica y el fuerte arraigo de intermediarios  tradicionales entre estado y los trabajadores, los sindicatos, son caldo de cultivo para el CLIENTELISMO. 


La idea es que los programas asistenciales se focalicen en la población pobre, en sectores populares, socialmente más vulnerables y desplazados del mercado de trabajo formal, y para la cual los recursos públicos de los programas sociales representan la base material de las relaciones clientelares que median un lejano vínculo con el Estado.
La RELACIÓN CLIENTELAR como forma de dominación política remite necesariamente a clientes como actores pasivos, carentes de autonomía y capacidad de acción. En clave de la teoría democrática clásica, el CLIENTELISMO es un emergente de la gran desigualdad social, la cual obliga a entrar en una relación de dependencia con un patrón político que utiliza recursos públicos para “comprar” apoyos mediante la distribución personalizada de bienes, y constituir, así, un séquito estable de seguidores.


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