domingo, 25 de marzo de 2012

COMO AFIRMO EL REGIMEN NAZI su aparato de propaganda


La radio que Goebbels fabricó para que todos los alemanes escucharan a Hitler

En 1933, cuando llevaba seis meses en el poder, llegar a todos los hogares  alemanes era la obsesión –y el desafío– del ministro de Propaganda del Tercer Reich. Y la encontró: a través de la radio, el medio de comunicación más penetrante de la época. Hizo producir receptores baratos y subsidiados, y los bautizó VE301, por “Volks Empfänger” (radio del pueblo) y la fecha de asunción de Adolf Hitler. Pero además, puso todo el aparato de propaganda a funcionar: los afiches publicitarios mostraban a las masas “pegadas” al aparato. A la radio le siguieron autos, televisores y casas.


 
La radio que Goebbels fabricó para que todos los alemanes escucharan a Hitler  Omnipresente. La entrega de receptores, el 29 de octubre de 1938, día del cumpleaños de Goebbels.

A mediados de 1933, el cómo llegar a todos los alemanes con el mensaje del flamante gobierno nazi era un desafío mayor para Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda de Adolf Hitler, que llevaba menos de seis meses en el poder. Casi inexistente la televisión, inimaginable Internet, era la radio el vehículo necesario para capturar audiencias masivas. Goebbels convocó entonces a Otto Griessing, un ingeniero a cargo de la empresa Seibt y le exigió: “En agosto, durante la Internationale Funkausstellung Berlin (Feria Internacional de la Radio de Berlín) presentaremos la Volksempfänger (Radio del Pueblo). Serán receptores económicos, más baratos que los actuales, para que todos los alemanes tengan uno”.
Griessing apenas sugirió las dificultades para lograrlo en tan poco tiempo. Goebbels sólo necesitó una fría mirada para frenarlo en seco: “Otra cosa, Herr Griessing. Al nombre se le agregará una sigla: VE (por Volks Empfänger) 301”. El 30 de enero (30/1) de ese año, Adolf Hitler había asumido el máximo cargo del gobierno, canciller del Reich.
El 18 de agosto de 1933 (en un mes se cumplirán 78 años), la Radio del Pueblo, Radio Nazi, Radio del Tercer Reich o Radio Para Todos los Alemanes era la estrella de la Feria. En los seis años siguientes, se venderían siete millones de aparatos, el 40% de la producción total del país. Entre 1939 y 1945, durante la Segunda Guerra Mundial, fueron entregados otros 1.800.000, entre el modelo VE301 y el novedoso DKE, bastante más barato. Ambos tenían en su frente un águila y una svástica.

Consumo y propaganda. La VE301 fue lanzada a 76 Reichsmarks (RM) un precio más accesible que el de sus competidoras en un mercado con creciente intervención del Estado y ascendente compromiso de las grandes empresas con el régimen. En 1933, un trabajador alemán ganaba entre 120 y 150 Reichsmarks por mes. Un pan costaba 0,30, un litro de leche 0,20 y un kilo de papas 0,07. Cada dólar de la época cotizaba 3,50 RM. Que un aparato de radio demandara la mitad del sueldo no parecía muy atractivo para los consumidores, por lo que desde los despachos del Ministerio de Propaganda salió la orden de subsidiar parcialmente las ventas. Cinco años más tarde, llegaría una versión más barata, la DKE38, que costaría 35 RM y sería bautizada por la gente, de modo sugestivo, “El hocico de Goebbels”. El 29 de octubre de 1938, cientos de receptores DKE serían distribuidos como homenaje al 41º cumpleaños del ministro de Propaganda.
Goebbels había hecho suyas las palabras de Erich Scholz, el ministro del Interior del gobierno previo al nazi: “La radio alemana sirve al pueblo alemán, así que todo lo que degrada al pueblo alemán debe ser excluido de ella”. Y fue bastante más allá: la Volksempfänger y su hermana pobre presentaban muchas limitaciones para escuchar otras emisoras que las manejadas por el régimen (todas las del país, en verdad), y sólo por la noche o con antenas especiales era posible sintonizar radios de otros puntos de Europa. En el dial sólo estaban indicadas las emisoras locales, y a partir de las primeras acciones bélicas en 1938 se prohibió escuchar toda emisión de fronteras afuera. “Piense en esto –decía un papel pegado a los receptores al momento de su venta–: escuchar emisoras extranjeras es un crimen contra la seguridad nacional y contra nuestro pueblo. Es una orden del Führer, y su no cumplimiento será castigado con prisión y trabajos forzados”. En los territorios ocupados durante la guerra, el simple hecho de escuchar radio –cualquiera– podía ser penado con la muerte.
Goebbels tenía claro que la radio era el medio más apto para llevar el mensaje unívoco del gobierno nazi. También lo era el cine, pero producirlo resultaba más caro y demoraba más tiempo. La inmediatez para llevar la palabra de Hitler –todos sus discursos eran transmitidos por radio en cadena– a los hogares alemanes potenciaba la intensidad de la palabra. El alto precio de los receptores limitaba el acceso y se habían creado por ello numerosos clubes de radioescuchas que se reunían ante un mismo aparato, pero la gente quería uno en su casa y el régimen se lo proveería. Desde 1938, el gobierno intensificó la agresiva campaña de ventas y ordenó a fabricantes de otras marcas, como Siemens y Telefunken, dar prioridad a la producción de la VE301 y la DKE.

Contenido y continente. Resuelto el tema del medio, Goebbels metió mano directamente en el mensaje. La programación se fue reestructurando para que nadie hablara de nada que contradijera la palabra oficial y para que cada nota musical, cada sonido, fueran consecuentes con las ideas y la praxis del partido nazi. Se transmitían no sólo los discursos del Führer sino también los de los máximos líderes del partido y del gobierno. Había charlas sobre nacionalsocialismo destinadas al público en general y otras para segmentos específicos, como las amas de casa y los obreros. Paulatinamente primero y de manera acelerada más tarde, la música clásica y popular alemanas fueron desplazando –hasta hacerla desaparecer– a las de otras latitudes. El jazz fue eliminado por “negroide y decadente” y los compositores de origen judío quedaron fuera de toda difusión. Para reforzar la idea de llevar un receptor de radio a cada hogar, el aparato de propaganda nazi dedicó importante presupuesto a publicitar masivamente –en medios gráficos, en el cine y en la vía pública– la Radio del Pueblo. Un anuncio reproducido en diarios, revistas y afiches mostraba una VE301 en medio de una multitud, con la leyenda “Toda Alemania escucha al Führer con la Volksempfänger”.
El medio fue también esencial fuera del territorio alemán. Ejemplo de ello fue su empleo para ganar voluntades en Saar, un territorio que quedó bajo jurisdicción francesa al concluir la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y en el que se celebraría un referéndum en 1935 para que sus habitantes decidieran si querían seguir como franceses, volver a ser alemanes u optar por la independencia. Desde fines de 1934, el aparato de Goebbels saturó Saar con más de mil programas radiales, y en tres meses logró que el territorio volviera a Alemania. Años más tarde, la misma estrategia se aplicaría en Checoslovaquia, en Polonia y en Austria, aunque con un aditamento: además de propaganda positiva de seducción, se difundirían textos amenazantes.

Todo termina al fin. La población alemana no tenía acceso a otra voz que no fuera la oficial, y esto se hizo más patente durante la guerra. Tanto, que la audiencia se hartó de la uniformidad –y de las proclamas e informes triunfalistas– y comenzó a dejar de escuchar radio. Goebbels ordenó entonces que al menos el 70% de la programación estuviera dedicada a la música ligera. En abril de 1945, cuando los aliados rodeaban Berlín y Hitler se refugiaba en su búnker subterráneo, Radio Berlín, emitiendo desde las ruinas, informaba que Alemania estaba a punto de ganar la batalla de la capital. El 20 de abril, día del cumpleaños 56 del Führer, el propio Goebbels proclamaba a la audiencia que el curso de la guerra estaba girando a favor de los nazis. Diez días después, Hitler y la mujer con la que se había casado horas antes, se suicidaban.
A las nueve y media de la noche del 1º de mayo, los alemanes se enteraron por Radio Hamburgo que todo terminaba, con el mismo tono marcial y la misma línea mentirosa que le había impuesto Goebbels: tras interrumpir la programación para dar “una grave e importante noticia”, se escucharon fragmentos de ópera de Wagner y algunos acordes de la Séptima sinfonía de Bruckner, para dar lugar a una voz sonora: “Nuestro Führer, Adolf Hitler, luchando hasta el último aliento contra el bolchevismo, cayó por Alemania esta tarde (había sido la tarde anterior), en su cuartel general de la Cancillería del Reich”.
Era el final del régimen nazi y también de la  Volksempfänger, que dejó de producirse de inmediato, aunque tantos eran los aparatos en actividad que le dieron a un ingeniero eléctrico sin dinero llamado Max Grundig la oportunidad de poner en marcha un emprendimiento propio: arreglar y vender los receptores creados para todos los alemanes. Se hizo rico y más tarde, con marca propia, famoso.

Julio Petrarca
DIARIO PERFIL
16/07/2011

sábado, 24 de marzo de 2012

Lecciones del Caso Garzón


Transcribo esta editorial del diario La Nación, ya que me pareció, a más de interesante, muy clara respecto de los límites que deben respetar los magistrados, por más loable que sea su fin.


LECCIONES DEL CASO GARZÓN

La condena unánime del Tribunal Supremo del Reino España que destituyó al juez español Baltazar Garzón y lo inhabilitó para la magistratura suscita reflexiones sobre la figura y trayectoria, y sobre las reacciones que ha provocado.
Tan admirado como cuestionado, Garzón era rebelde e inconformista, y le costaba mantenerse dentro de los cánones que gobiernan la conducta de un juez. El alto perfil y su deseo de figuración, colisionaron con la prudencia, que es la máxima virtud de los magistrados, y en ocasiones lo llevaron a equivocarse y hasta justificaron alguna intervención disciplinaria.
Garzón tenía tres procesos abiertos: el primero, por excederse en una investigación sobre las muertes del período de Franco; el segundo, por un eventual cohecho al aceptar una remuneración de 160.000 euros por actividades académicas en Nueva York patrocinadas por una institución bancaria a la que se investigaba en su juzgado y que, luego del cobre, fue sobreseída, y el tercero, por interferir las comunicaciones de sus procesados con sus abogados. Este último fue el único que llegó a sentencia, pues el primero fue desestimado, y el segundo, considerado prescripto.
En este caso, Garzón fue separado por ser hallado culpable de afectar uno de los pilares del Estado de Derecho: el derecho de defensa. Como dijo un alto representante de la abogacía española: ¨El Supremo confirma así que el derecho de defensa es un elemento nuclear para que los ciudadanos tengan un proceso con todas las garantías¨.
Es elemental que los jueces sean juzgados con la misma actitud que la justicia que deben impartir, es decir, con los ojos os. Ni la simpatía o antipatía que despierta su persona o su prestigio deben influir en la decisión final. Disculpar faltas por su alto perfil implicaría no juzgar a todos con la misma vara y sería la negación misma de la justicia.
Para bien y para mal, Garzón siempre excedió el marco de actuación de un magistrado. Una altísima exposición incompatible con su investidura sugería que planeaba utilizar el cargo como trampolín para otros cargos, lo que efectivamente ocurrió en 1993, cuando abandonó la justicia para incursionar en la política. Luego de hacer la experiencia, volvió a la justicia.
Garzón ha sido universalmente identificado como un defensor de los DDHH, pero para lograr ese prestigio optó por saltearse muchos códigos remedando aquellos policías ´justicieros´ que ignoran las normas para castigar a los delincuentes. Pero nunca el fin puede justificar los medios. Es grave excederse en la misión y la función del magistrado por mejor intencionada que sea. El deber principal de un juez es juzgar desde la perspectiva del derecho apegado a los criterios que la norma dicta y ajeno a sus afectos.
Ni la altísima exposición mediática ni el burlarse de las normas autorizan a considerarlo un arquetipo de juez. Y al proyectar una imagen equivocada de la magistratura, es un mal ejemplo para las generaciones de jóvenes.
Pero si lo ocurrido es lamentable, mucho más lo son las reacciones que ha provocado, dentro y fuera del país,  descalificante de la sentencia y a favor de Garzón. Tales actitudes ignoran las premisas sobre lo que es un juez y los límites de su actuación.
Debe ser elogiada la sentencia que lo destituye, pues aplicó las normas sin dejarse influir por las presiones y por el alto perfil mediático del condenado.
Se puede lamentar lo sucedido, pero no hablar de ensañamiento. Una institución que lo felicita por haberse puesto del lado de las víctimas, ¨en cualquier continente y país¨, no repara en que un juez, - más que ningún otro funcionario – debe actuar con apego a la ley y a las normas. No se puede criticar al tribunal que lo ha juzgado por haberlo sancionado. Al contrario, revaloriza la imagen de la justicia española. En todo caso, el ex - magistrado ha  sido víctima de su carácter.
Tampoco pueden justificarse las maniobras para presionar al Tribunal Supremo que fueron alentadas o aceptadas por el ex magistrado, las puebladas, ni aun su pretensión de declarar con la toga de magistrado, de la que fue correctamente despojado.  
La Nación Lunes 19 de marzo de 2012