viernes, 17 de agosto de 2012

Anarquistas y bolcheviques


Recorriendo el Madrid de la letras con Dostoievski

Por Salvador Moreno Valencia


Paul CézanneCerramos La ratonera. El estudio de Dediegos seguía abierto. Desistimos de ir para seguir hablando con él sobre el asunto de mi novela, la que sin pudor me había robado, para hacer honor a una de las preguntas que hago en ella: ¿Qué importa más el autor o la obra?, así que dejemos que Santa Compaña siga su camino con la voz de Dediegos Gracia García, escritor, afectado por la esquizofrenia, que habla con sus personajes y que ha llegado a no saber distinguir la realidad de la ficción, convirtiéndose en un personaje más de sus aventuras, un hombre hecho literatura, dentro de su propia literatura.
En Lola´s bar la mujer Klimt, Elena, servía unas cervezas a unos jóvenes en cuyas camisetas pudimos ver la insignia de la anarquía, uno de ellos llevaba una camiseta en la que se veían las caras de un grupo de obreros, y bajo éstas un eslogan o letrero que rezaba: El socialismo al poder”.
Nos sentamos cerca de este grupo, al lado de la barra. Una pequeña barra de menos de dos metros donde nos apretujamos con el proletariado y la lucha de clases.
Mi querido maestro estuvo atento a la conversación de estos revolucionarios. Pero en todo momento se mantuvo al margen. ¿Sabría Fiódor qué ocurría verdaderamente en Rusia? ¿Se había fraguado toda aquella revolución en su época? ¿Hablaba mi querido batuchka en Crimen y castigo del inicio de la revolución comunista?
-Querido Rodia, qué sabrán estos del verdadero socialismo -dijo Fiódor mirando por encima de mi hombro a Elena, la exuberante camarera que lucía una larga melena de color negro como el tizón, deslumbrante. Ella le guiñó el ojo y le dedicó una sonrisa cómplice.
-Sí, me parece que estos son socialistas de salón -dije yo, que no tenía mucha idea, por no decir ninguna, de política.
-¡Ay el socialismo!, por el que estuve a punto de perder la vida, y tuve suerte de que se me conmutara la pena de muerte por una, si cabe, según mi opinión, todavía peor, cadena perpetua, ¿hay algo más humillante que a un hombre lo priven de libertad por pensar diferente de lo establecido?, no sé qué pueda ser; sin embargo la muerte te libera de esa humillación. Pero el hombre cobarde se aferra a cumplir cadena perpetua con tal de no morir. ¿Era yo un cobarde por no haber solicitado que me cortasen el cuello, en lugar de enviarme a Siberia? ¡Desterrado en Siberia!, allí pude comprobar cómo es la auténtica esencia del ser humano. Pero esto ya lo cuento a través de Raskolnikov.
-De hecho a él también lo envían a cumplir condena por su crimen a Siberia.
-Sí, ¿no hay de algún modo una parte de uno en lo que escribe?
-Sí, querido maestro, el escritor Edgar Borges me plantea lo siguiente al respecto de mi novela Sana Compaña: “En la novela manejas un enfrentamiento entre el autor y su obra. ¿Qué de Salvador Moreno Valencia existe en este planteamiento o toda la confrontación es ficticia?
-Buen planteamiento, ¿y cuál ha sido su respuesta mi querido Rodia?
-No sé si debo anticiparme a que él publique la entrevista, o quizá apuntar aquí algo sobre mi respuesta.
-No tenga miedo amigo, tampoco no va usted a publicarla toda, sólo la respuesta que usted le haya dado, me tiene intrigado.
Elena tuvo que intervenir en el corro de al lado porque un chico recién llegado estaba molestando a los bolcheviques que bebían vodka y fumaban canutos sin meterse con nadie. El tipo parecía un yonqui, por su aspecto se diría que llevaba el mono a cuestas, y que un jaco le hacía falta galopando por sus venas. Así que el hombre lo único que quería era un chupito de vodka y que le pasaran un porrito, pero aquellos socialistas se guardaron lo suyo para ellos y lo de los demás se lo entregaron a los bancos, como hacen todos los vendidos. El tipo se enfadó un poco y entonces entró en escena un anarquista de los auténticos, activista de la CNT, un verdadero revolucionario con pelo largo que le llegaba hasta la cintura, barba tipo Tolstói, pero negra como el betún, que puso orden en el local, que por cierto era de su propiedad.
-Querido batuchka, voy a dejar la respuesta en el aire hasta que Edgar publique la entrevista, luego ya podré poner en su conocimiento lo que respondí a su planteamiento, entre otras cosas le debo el respeto, ¿qué iba a ser de los escritores si no nos guardásemos respeto, amigo?
-Una verdadera zapatiesta -respondió Fiódor encandilado con los ojos de Elena que era la misma Elenaque pintara Paul Cézanne en su versión de El rapto de Helena por París: El rapto (1867).
Elena sin H nos llenó los vasos de vodka fría que estábamos bebiendo. En ese momento todos brindamos por la revolución. Se oyeron ¡vivas a la república!, ¡por la tercera!… Y entonamos la internacional, bueno, la cantaron los socialistas del grupo de al lado. Yo me limité a hacer lo que hacía cuando en mi adolescencia iba a misa, movía los labios cuando todos oraban el padre nuestro. Todo fanatismo sea religioso o político no nos llevará a nada constructivo.
Al yonqui lo echaron a empujones, al parecer los desheredados del sistema iban a seguir marginados por aquel brote revolucionario que, a mi parece, lo único que pretendía era llegar al poder sin cambiar las cosas de sitio.

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