Por Salvador Moreno Valencia
Cerramos La ratonera. El estudio de Dediegos seguía abierto. Desistimos de ir para seguir hablando con él sobre el asunto de mi novela, la que sin pudor me había robado, para hacer honor a una de las preguntas que hago en ella: ¿Qué importa más el autor o la obra?, así que dejemos que Santa Compaña siga su camino con la voz de Dediegos Gracia García, escritor, afectado por la esquizofrenia, que habla con sus personajes y que ha llegado a no saber distinguir la realidad de la ficción, convirtiéndose en un personaje más de sus aventuras, un hombre hecho literatura, dentro de su propia literatura.
En Lola´s bar la mujer Klimt, Elena, servía unas cervezas a unos jóvenes en
cuyas camisetas pudimos ver la insignia de la anarquía, uno de ellos llevaba una
camiseta en la que se veían las caras de un grupo de obreros, y bajo éstas un
eslogan o letrero que rezaba: “El socialismo al poder”.
Nos sentamos cerca de este grupo, al lado de la barra. Una pequeña barra de
menos de dos metros donde nos apretujamos con el proletariado y la lucha de
clases.
Mi querido maestro estuvo atento a la conversación de estos revolucionarios.
Pero en todo momento se mantuvo al margen. ¿Sabría Fiódor qué ocurría
verdaderamente en Rusia? ¿Se había fraguado toda aquella revolución en su época?
¿Hablaba mi querido batuchka en Crimen y castigo del inicio de la
revolución comunista?
-Querido Rodia, qué sabrán estos del verdadero socialismo -dijo
Fiódor mirando por encima de mi hombro a Elena, la exuberante camarera que lucía
una larga melena de color negro como el tizón, deslumbrante. Ella le guiñó el
ojo y le dedicó una sonrisa cómplice.
-Sí, me parece que estos son socialistas de salón -dije yo, que no tenía
mucha idea, por no decir ninguna, de política.
-¡Ay el socialismo!, por el que estuve a punto de perder la vida, y tuve
suerte de que se me conmutara la pena de muerte por una, si cabe, según mi
opinión, todavía peor, cadena perpetua, ¿hay algo más humillante que a un hombre
lo priven de libertad por pensar diferente de lo establecido?, no sé qué pueda
ser; sin embargo la muerte te libera de esa humillación. Pero el hombre cobarde
se aferra a cumplir cadena perpetua con tal de no morir. ¿Era yo un cobarde por
no haber solicitado que me cortasen el cuello, en lugar de enviarme a Siberia?
¡Desterrado en Siberia!, allí pude comprobar cómo es la auténtica esencia del
ser humano. Pero esto ya lo cuento a través de Raskolnikov.
-De hecho a él también lo envían a cumplir condena por su crimen a
Siberia.
-Sí, ¿no hay de algún modo una parte de uno en lo que escribe?
-Sí, querido maestro, el escritor Edgar Borges me plantea lo siguiente al
respecto de mi novela Sana Compaña: “En la novela manejas un
enfrentamiento entre el autor y su obra. ¿Qué de Salvador Moreno Valencia existe
en este planteamiento o toda la confrontación es ficticia?
-Buen planteamiento, ¿y cuál ha sido su respuesta mi querido Rodia?
-No sé si debo anticiparme a que él publique la entrevista, o quizá apuntar
aquí algo sobre mi respuesta.
-No tenga miedo amigo, tampoco no va usted a publicarla toda, sólo la
respuesta que usted le haya dado, me tiene intrigado.
Elena tuvo que intervenir en el corro de al lado porque un chico recién
llegado estaba molestando a los bolcheviques que bebían vodka y fumaban canutos
sin meterse con nadie. El tipo parecía un yonqui, por su aspecto se diría que
llevaba el mono a cuestas, y que un jaco le hacía falta galopando por sus venas.
Así que el hombre lo único que quería era un chupito de vodka y que le pasaran
un porrito, pero aquellos socialistas se guardaron lo suyo para ellos y lo de
los demás se lo entregaron a los bancos, como hacen todos los vendidos. El tipo
se enfadó un poco y entonces entró en escena un anarquista de los auténticos,
activista de la CNT, un verdadero revolucionario con pelo largo que le llegaba
hasta la cintura, barba tipo Tolstói, pero negra como el betún, que puso orden
en el local, que por cierto era de su propiedad.
-Querido batuchka, voy a dejar la respuesta en el aire hasta que Edgar
publique la entrevista, luego ya podré poner en su conocimiento lo que respondí
a su planteamiento, entre otras cosas le debo el respeto, ¿qué iba a ser de los
escritores si no nos guardásemos respeto, amigo?
-Una verdadera zapatiesta -respondió Fiódor encandilado con los ojos de Elena
que era la misma Elenaque pintara Paul Cézanne en su versión de El
rapto de Helena por París: El rapto (1867).
Elena sin H nos llenó los vasos de vodka fría que estábamos bebiendo. En ese
momento todos brindamos por la revolución. Se oyeron ¡vivas a la república!,
¡por la tercera!… Y entonamos la internacional, bueno, la cantaron los
socialistas del grupo de al lado. Yo me limité a hacer lo que hacía cuando en mi
adolescencia iba a misa, movía los labios cuando todos oraban el padre nuestro.
Todo fanatismo sea religioso o político no nos llevará a nada
constructivo.
Al yonqui lo echaron a empujones, al parecer los desheredados del sistema iban a seguir marginados por aquel brote revolucionario que, a mi parece, lo único que pretendía era llegar al poder sin cambiar las cosas de sitio.
Al yonqui lo echaron a empujones, al parecer los desheredados del sistema iban a seguir marginados por aquel brote revolucionario que, a mi parece, lo único que pretendía era llegar al poder sin cambiar las cosas de sitio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario